“MARÍA, MADRE Y MAESTRA ESPIRITUAL”
Intenciones:
Por el Seminario y las Vocaciones Sacerdotales y Consagradas.
Introducción:
Nos dice la Palabra, en el Evangelio de Lucas, que María conservaba todas las cosas y las meditaba en su corazón (cf Lc 2, 19). Este conservar y meditar los acontecimientos y palabras del Señor la fue haciendo fiel discípula de su mismo Hijo. Es nuestro ejemplo de escucha y de interioridad.
Ella es Madre del Redentor. En la cruz el Señor, en la persona del discípulo amado, nos la entregó como madre nuestra (cf Jn 19, 26-27) y a Ella le dice que somos sus hijos.
Es así como nos acoge, nos acompaña y nos enseña a ser seguidores del Señor a lo largo de toda nuestra vida.
Su Sí incondicional dado desde el primer momento, alienta y acompaña la entrega de tantos hombres y mujeres que están llamados a una especial consagración.
Ella estuvo junto a los apóstoles en Pentecostés. Ella está hoy intercediendo especialmente por nuestros seminaristas, sacerdotes y consagrados.
Preces:
Por cada intención oramos: “Con María, Madre y Maestra, te lo pedimos Señor”
- Por el Papa, sacerdotes y consagrados: para que sus vidas entregadas sean instrumentos de santidad como María.
- Por los formadores del seminario y casas religiosas: para que sean, como María, oyentes de la Palabra y maestros de interioridad.
- Por los seminaristas y formandos de la vida consagrada: para que sean dóciles y fieles al Espíritu Santo como lo fue María.
- Por los jóvenes de nuestra Arquidiócesis: para que, como María, escuchen al Señor y descubran su propia vocación.
- Por las familias y nuestras comunidades: para que sepamos acompañar y sostener a los sacerdotes y los de especial consagración.
Oración poscomunión:
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Papa Francisco: Lumen Fidei
